Es cierto que no solemos hablar de las venas en nuestras conversaciones cotidianas, salvo cuando un dolor punzante o una marca azul violácea nos recuerda que forman una parte esencial del sistema circulatorio que recorre nuestro cuerpo y les damos mayor importancia. Las varices —esas venas dilatadas y serpenteantes que la mayoría asociamos a las piernas— son, en realidad, la punta visible de un iceberg llamado insuficiencia venosa.
Cuando la musculatura y las válvulas interiores de las venas fallan, la sangre se estanca, la pared venosa cede y aparece la característica sensación de pesadez, hormigueo o incluso quemazón que describen muchos pacientes. No todo el mundo, sin embargo, desarrolla las mismas alteraciones, así como también debemos decir que este problema no se presenta de la misma manera. Existen formas de varices que ya están presentes al nacer: hablamos de las varices congénitas, un subtipo poco frecuente que puede acompañar a la persona desde sus primeros días y que exige un abordaje clínico diferenciado.
Algunas de ellas se deben a una vida entera trabajando de pie, otras están ligadas a cambios hormonales, y un pequeño grupo obedece a malformaciones venosas congénitas que alteran desde el minuto cero la red del sistema vascular. En las próximas líneas vamos a tratar de explicarte con detalles qué significa vivir con insuficiencia venosa congénita, cómo distinguirla de la predisposición hereditaria y, sobre todo, qué pruebas diagnósticas y opciones terapéuticas nos ofrece la medicina moderna. ¡Sigue leyendo nuestro artículo para salir de dudas!
Cuando hablamos de varices congénitas nos referimos a malformaciones vasculares detectables —o al menos ya presentes— en el momento del nacimiento. Estas alteraciones se producen porque, durante el desarrollo fetal, la formación de los vasos sanguíneos no ha seguido el patrón habitual. El resultado puede ser tan ligero como una pequeña vena superficial dilatada o tan extenso como un entramado de canales venosos que puede afectar a una extremidad al completo. Lo relevante, más allá del componente estético, es que estas varices congénitas pueden provocar dolor, inflamación crónica, cambios de coloración cutánea e incluso ulceraciones que pueden aparecer cuando la piel pierde su aporte óptimo de oxígeno.
Además, la sangre que circula a más lenta en estos trayectos irregulares puede favorecer la aparición de coágulos; y si la sobrecarga de volumen se mantiene, no es raro observar edemas persistentes o signos de insuficiencia venosa congénita avanzada. En casos muy extremos, las malformaciones voluminosas pueden llegar a sobrecargar el corazón y originar complicaciones a nivel sistémico. Todo esto subraya la importancia de entender que, aunque el aspecto exterior de una variz pueda parecer un detalle cosmético, su impacto orgánico va bastante más allá.
Resulta tentador usar ambos términos como sinónimos, pero conviene matizar ya que las varices congénitas son aquellas que ya existen desde el nacimiento; en cambio, las hereditarias dependen de una predisposición familiar que aumenta la probabilidad de que las venas se dilaten con el paso del tiempo. En este último caso, la persona nace con un sistema venoso aparentemente normal y es la suma de genética, estilo de vida y factores ambientales la que va conduciendo, a veces años después, a la aparición del problema.
La obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo, el consumo habitual de alcohol, embarazos múltiples o profesiones que obligan a estar largas jornadas de pie son algunos ejemplos de causas que pueden provocar una mayor predisposición a desarrollar esta enfermedad de manera visible.
Por eso, al evaluar a un paciente en consulta, es fundamental preguntar cuándo notó la aparición de la primera vena varicosa, si existen antecedentes familiares y qué hábitos cree que podrían estar actuando como detonantes. Si quieres profundizar en los perfiles de riesgo te recomendamos leer nuestro artículo sobre quiénes son más propensos a padecer varices.

La ciencia actual todavía no puede descifrar al 100% por qué se produce una malformación venosa congénita en concreto. Con los indicios que conocemos, los profesionales barajamos que se pueden producir mutaciones puntuales, que pueden producirse síndromes genéticos complejos y fallos en las etapas embrionarias en las que los vasos se ramifican o se desarrollan.
En ocasiones, el trastorno forma parte de un cuadro más amplio —como el síndrome de Klippel‑Trénaunay—, mientras que otras veces puede aparecer de forma aislada. Sea cual sea el desencadenante, el denominador común es un drenaje venoso anómalo que fuerza a la sangre a buscar rutas colaterales y multiplica la presión sobre la pared vascular. Con el tiempo, la zona afectada puede volverse dolorosa, engrosarse o presentar hiperemia, convirtiendo lo que muchos perciben como una “marca de nacimiento” en un potencial foco de complicaciones.
Al igual que ocurre con cualquier tipo de insuficiencia venosa, el punto de partida es un buen diagnóstico clínico a través de una exploración física meticulosa. En Varicenter prestamos atención a todos los detalles para realizar nuestro diagnóstico. En este sentido, podemos decir que la herramienta que puede marcar la diferencia es el eco‑Doppler de alta resolución. Esta prueba indolora permite visualizar en tiempo real la dirección y la velocidad del flujo sanguíneo, identificar trayectos problemáticos y realizar mediciones con una precisión milimétrica. En casos complejos, podemos completar el estudio con una resonancia o una tomografía con contraste, sobre todo si sospechamos que la malformación se adentra en planos profundos o puede generar otros problemas.
El objetivo no es sólo confirmar la presencia de varices congénitas, sino trazar un mapa que nos ayude en cualquier intervención posterior. No olvidemos que, aunque compartan nombre con las varices “clásicas”, estas lesiones pueden afectar troncos venosos mayores, estar conectadas a sistemas profundos o implicar arterias en malformaciones más graves. Por establecer una analogía, podemos decir que actuar sin un diagnóstico adecuado equivaldría al hecho de navegar a ciegas.
La buena noticia es que la mayoría de malformaciones venosas congénitas se benefician de las mismas técnicas que utilizamos para la insuficiencia venosa adquirida. La microespuma de varices es nuestra primera elección: consiste en inyectar una mezcla de fármaco esclerosante, el polidocanol, que, al entrar en contacto con la pared interna de la vena, provoca su fibrosis y posterior reabsorción. En Varicenter alcanzamos tasas de éxito próximas al 95 %, incluso en trayectos complicados.
Cuando la lesión es muy extensa y compleja o la insuficiencia venosa congénita afecta a vasos de gran calibre, valoramos la cirugía. Las técnicas han evolucionado y hoy en día se utilizan técnicas para minimizar cicatrices y acelerar la recuperación. El plan definitivo depende siempre del tamaño, la localización y el estado general del paciente. En cualquier escenario, el seguimiento periódico es crucial para controlar la aparición de nuevas dilataciones y prevenir úlceras o trombosis en el futuro. Si te preocupa heredar este problema genético, quizá te interese nuestro artículo sobre cómo prevenir las varices hereditarias, donde abordamos medidas prácticas que reducen el riesgo de que la predisposición genética se traduzca en patología clínica.
En definitiva, podemos decir que las varices congénitas nos recuerdan que este problema se puede dar de muchas maneras. Identificarlas a tiempo, comprender la diferencia con la tendencia hereditaria y apoyarse en diagnósticos de última generación son los pilares fundamentales para ofrecer un tratamiento efectivo y seguro. Con la combinación adecuada de microespuma, control ecográfico y, cuando procede, cirugía mínimamente invasiva, la mayoría de estos casos encuentran alivio y mejoran de forma sustancial la calidad de vida.